Era un día cualquiera. Sol brillante, calle tranquila, los vecinos en el trabajo, los niños en la escuela.
La casa estaba al borde del pueblo — cuidada, con cortinas blancas y flores en la ventana.
La dueña, Marina, salió a la tienda “solo por media hora”. Su esposo estaba en el trabajo, y el viejo perro dormía en el jardín.
Cuando regresó, notó que la puerta del jardín estaba abierta.
“Será el viento”, pensó.
Pero al acercarse, se quedó helada: la puerta principal estaba entreabierta.
Marina entró en la casa — y todo dentro parecía arrasado por el caos.
Cajones abiertos, cosas tiradas por el suelo, un marco roto con la foto de su boda, los estantes vacíos.
— No… no… — susurró, llevándose las manos a la cabeza.
Se lo habían llevado todo.
El televisor, el portátil, el dinero, incluso la vieja cámara con la que su esposo había grabado su primer viaje juntos.
Del dormitorio había desaparecido la caja con joyas — el anillo de su madre, el colgante que su marido le regaló cuando nació su hijo.

Pero lo más doloroso — era el cajón de las cartas, abierto.
Sobres amarillentos que había guardado toda su vida — cartas de sus padres, fallecidos hacía muchos años.
Los ladrones se las habían llevado también. Probablemente sin darse cuenta.
Se sentó en el suelo y comenzó a llorar.
No por el dinero. Sino por el vacío. Porque en aquella casa donde siempre olía a café y panecillos recién hechos, ahora olía a manos ajenas y a miedo.
La policía llegó media hora después. El oficial examinó las huellas y anotó:
— La cerradura fue forzada profesionalmente. ¿Tienen cámaras de seguridad?
— No — respondió Marina. — Es un barrio tranquilo, no pensamos que…
Cuando su esposo volvió, se quedó en la puerta sin poder entrar durante un largo rato.
— Lo recuperaremos todo — le dijo, abrazándola. — Lo importante es que no estábamos en casa.
Pero por las noches, ambos se despertaban con cualquier ruido.
La casa, que antes estaba llena de calidez, ahora parecía ajena.
Cambiaron las cerraduras, instalaron una alarma.
Y una semana después, en el patio apareció un cachorro grande — gris, con ojos inteligentes.
Marina dijo:
— Al menos ahora habrá alguien en casa que no dejará que nos lo quiten todo otra vez.
Y cada vez que lo veía acostado junto a la puerta, sabía que:
las cosas pueden recuperarse, pero la sensación de seguridad hay que volver a construirla.








