«No, papá, en lo que respecta a la fuerza masculina estoy bien» — confesó Juan José, revelando su anhelo por Irene en medio del caos familiar.

El amor puede renacer en los lugares más inesperados.
Historias

Volvían del pueblo en moto cuando los sorprendió una tormenta. Lluvia como una cortina, no se veía nada. Deberían haberse parado a esperar, pero parece que el destino tenía otros planes: chocaron contra un camión. Y así fue como Laura se quedó sola. Claro que no es una niña; aunque parezca delgada y menuda, pronto cumplirá los treinta. Trabaja como dependienta en una tienda.

Su vecina Gemma Díaz, una mujer mayor que había sido amiga de la madre de Laura, la tomó bajo su protección. Le daba consejos y no la dejaba sin compañía.

— Laurita, tenías que haberte ido a la ciudad, allí te habrías casado ya; con lo guapa que eres, nadie diría que tienes casi treinta. Pareces una chiquilla de dieciocho. Aquí en el pueblo hay pocos chicos jóvenes, todos quieren irse a la ciudad —le decía Gemma.

— No, Gemma, no quiero irme a la ciudad. Soy de campo. Allí hay mucho ruido y estrés; eso no me gusta.

— Pero ya va siendo hora de que te cases; los treinta están a la vuelta de la esquina y tienes que darte prisa si quieres tener hijos.

— ¿Y con quién me voy a casar, Gemma? Si ninguno me gusta todavía… Igual aparece alguno —decía riendo Laura—, igual viene algún forastero…

Pero Gemma ya tenía algo en mente. Y no pensaba dejarlo para más adelante.

— Nicolás Castro no me es ajeno; en su día fui amiga de su madre, María Teresa Pujol… Qué pena que se fuera tan pronto… Era buena mujer y Nicolás ha salido como ella: buen carácter —pensaba para sí misma—. Su hijo Juan José Marín también es buen muchacho, trabajador… aunque cojea un poco desde aquel accidente. ¿Y si junto a Laurita con Juan José? Se casan y se enamoran… Con Irene Navarro no funcionó nada al final… Vivirían juntos como familia; sería más fácil todo… porque ahora esa casa está llena solo de hombres.

Un día Gemma fue decidida a casa de Laura y al poco rato salió satisfecha rumbo a casa de Nicolás Castro.

— ¡Buenas tardes, Nicolás! Seguro que no esperabas verme por aquí —saludó alegremente— pero tengo un asunto contigo y con Juan José.

— Buenas tardes, Gemma Díaz. Pasa adelante —respondió el dueño de la casa sorprendido— qué visita tan inesperada…

— Mira, Nicolás… Tu Juan José es un buen chico: apuesto y formal… Bueno, todos ustedes son así: tienen buena casta. Pero me da pena él… Ha pasado lo suyo y lleva esa carga dentro del alma. Quizá ya sea hora de cambiarle el rumbo a su vida… Mi vecina Laurita también es muy buena chica: hacendosa… Es verdad que es mayor que tu Juan José pero parece una cría… Guapa… delicada… Vive sola… discreta… Se comporta bien con los hombres… ¿Qué más quieres para tu hijo? ¿Y dónde está él ahora?

Nicolás golpeó suavemente el cristal de la ventana y al poco apareció Juan José Marín desde dentro: alto y bien plantado, aunque cojeando ligeramente de la pierna derecha.

Continuación del artículo

Vivencia