A la esposa de Nicolás Castro la despidió todo el pueblo. Silvia Aranguren se fue temprano al otro mundo, estaba enferma. Nicolás, con cuarenta años, quedó viudo con dos hijos: el mayor, Juan José Marín, ya era adulto, y el pequeño David tenía trece años. Se quedó solo un hombre en plena flor de la vida y de pronto le cayó todo encima. Al principio parecía que lo sobrellevaba: claro que era una desgracia, una pena enorme. Con Silvia vivían muy bien, no discutían; ella era una mujer hacendosa y cariñosa.
Nicolás ayudaba a su esposa en todo, no bebía como otros hombres del pueblo, y ahora menos aún. Todo en casa recaía sobre él. Juan José —el hijo mayor— estaba a punto de irse al servicio militar; fue al centro de reclutamiento para pasar la revisión médica, pero le encontraron algo —parece que pies planos— y no lo aceptaron. Se desilusionó un poco, pero decidió:
— A lo mejor es hasta mejor así: así mi Irene no tendrá que esperarme desde el ejército ni sufrir por mí… Y yo tampoco por ella. Dentro de poco nos casaremos.
Juan José se formó como electricista y ya estaba pensando en pedirle matrimonio a su Irene, una chica simpática y despierta. Pero le ocurrió una desgracia. Estaban él y Nicolás arreglando el tejado de la casa cuando empezó a llover. Juan José resbaló sin querer y cayó al suelo de espaldas. No pudo levantarse.
Nicolás llamó a emergencias; se llevaron al hijo al hospital.

— ¿Y ahora qué va a ser? — pensaba el padre sin cesar — Como si no tuviéramos bastante… Un chico hecho y derecho… Y justo ahora que iba a casarse con Irene…
Pasó el tiempo; dieron el alta a Juan José del hospital, pero seguía postrado en casa, moviéndose con muletas. Siempre esperaba que Irene viniera; miraba constantemente hacia la puerta del patio… pero ella no aparecía. Entonces vino Carlos Domínguez, su amigo, y le dijo que la madre de Irene andaba diciendo por todo el pueblo que no habría boda entre su hija e Juan José.
— Juan José se ha quedado inválido; no permitiré que mi hija se case con él —decía la madre de Irene— Bastante tiene ya como para pasarse toda la vida cuidando a un tullido.
Algunos la criticaban por eso, claro está… pero ella seguía firme en su postura.
— Mamá… quizá todo salga bien y Juan José vuelva a caminar —intentaba convencerla su hija.
— No saldrá nada bien —dictaminó tajante la madre— Si fuera así ya estaría caminando hace tiempo… Y tú no tienes nada que hacer allí con ellos. Ya aparecerá otro: eres una chica guapa…
A Juan José le dolió mucho que lo llamaran inválido… Y también se sintió herido por Irene.
— Pues dile tú misma a Irene que yo tampoco quiero verla más si tan fácil ha sido rendirse —le dijo a Carlos Domínguez… Y como ella también era orgullosa… también se ofendió.
Juan José volvió a ponerse en pie por sí mismo; tiró las muletas lejos… pero se le ensombreció el alma y hasta el rostro: parecía como si ya nada le diera alegría en esta vida. Nicolás andaba fuera de sí… Le daba pena su hijo mayor… Y además tenía aún al pequeño bajo su responsabilidad: había que alimentarlo, vestirlo… cuidar los animales del corral…
Cerca de donde vivía Nicolás residía Laura con sus padres. Pero hacía ya dos años que sus padres habían fallecido…








